Libros junto a la cama: sobre la lectura inferencial
- Lic. Andrés Bustamante Ortiz
- 8 may 2019
- 9 Min. de lectura
Los libro en una habitación son muy importantes. Son, en parte, la muestra tangible de los intereses, conocimientos y experiencias intelectuales de un lector. Sin embargo, me parece que es igual de importante en dónde se encuentran esos libros, es decir, no es lo mismo los libros enfilados en el librero, que los que están cerca del escritorio de trabajo, o los que deambulan de un lugar a otro. La ubicación de un libro revela también el tipo de lectura con que se aborda, el momento en que se utiliza o incluso el tiempo que lleva sin tocarse.
Junto a mi cama, por ejemplo, procuro tener libros con características similares, ya que son para un tipo de lectura en común. No los leo todos los días. Para ser sincero, en ocasiones paso semanas sin acercarme a ellos, y cuando lo hago no les dedico más de 15 minutos. Suelo leerlos en la mañana, casi inmediatamente después de despertar, o en las noches, pero no cuando tengo sueño, sino cuando deseo tener un pensamiento agradable antes de dormir.
Esta lectura tan irregular no es muestra de pereza o desidia, sino que requieren un ambiente ameno y confortable, que propicie la reflexión. Entre los títulos que se encuentran, mencionaré únicamente tres: Aforismos de Georg C. Lichtenberg, Del inconveniente de haber nacido de Emil Cioran, y Lo mejor de un viejo amigo de Lin Yutang, mi filósofo favorito.
Estas tres obras tienen en común la brevedad. Están compuestos de “frases”, de expresiones lacónicas, o sea concisas, pues quieren transmitir en pocas palabras un mensaje muy amplio. Sin embargo, la forma en que cada autor ve el mundo y el sentimiento que dejan después de su lectura, son diametralmente opuestos.
Por ejemplo, Cioran es el pesimista por excelencia. En su obra se aprecia una ironía amarga hacia cualquier ambición o ideal. La desilusión y la aceptación del fracaso son constantes en su pensamiento. En él podemos encontrar joyas como estas: “Al permitir que el hombre sea, la naturaleza cometió algo más que un error de cálculo; cometió un atentado contra sí misma” o “No es el temor de emprender algo, sino el temor de conseguirlo lo que explica más de un fracaso”. Me atrevo a condensar su desencanto y su renuncia a los ideales en este consejo: “Cuando se sabe de manera absoluta que todo es irreal, no tiene ningún sentido fatigarse para demostrarlo”.
Menos pesimista y más racional, es la obra de Lichtenberg, Aforismos, que quiere decir “máxima o sentencia que se propone como pauta en alguna ciencia o arte” (DRAE). Este hombre hace gala de una inteligencia más chispeante. Sus pensamientos suelen ser más sofisticados, pero no por eso se niega el derecho a divertirse. Dice, por ejemplo: “Narra el señor Camper que cuando un misionero le habló del infierno a una comunidad de groenlandeses, hizo tal descripción de las llamas amenazantes y se refirió tanto a su calor que todos empezaron a anhelarlo”. O mi favorito para justificar mi retraso por las mañanas: “Hoy le he permitido al sol despertar antes que yo”.

Finalmente, la obra de Lin Yutang que tengo junto a la cama es un compendio —según el muy acertado criterio del antologador— de las mejores frases de este pensador chino. Me identifico bastante con este autor, pues para él es tan importante pensar como sentir. Invita a disfrutar de la vida en sus placeres más sinceros, como holgazanear, tener una conversación o comer un platillo sabroso. En él hallamos más vitalidad en las expresiones, por ejemplo: “A veces creo que el universo no es suficientemente grande para contener el corazón de un niño” o “La felicidad es la más grande de las virtudes morales”.
Si esto puede parecer interesante a alguien, creo que también en esa persona podrían surgir preguntas como: ¿estas frases son lo mismo que veo en Twitter o las frases que constantemente aparecen en Facebook? ¿Estas son mejores porque están en un libro y fueron escritas por gente “sabia”? A lo que yo les respondería: sí, son, en esencia, lo mismo; y no, no son mejores por el simple hecho de haber sido escritas por personas de otro siglo.
La diferencia fundamental se encuentra en la manera en que las leemos. La lectura en las redes sociales es divergente e instantánea. Uno emplea únicamente el tiempo necesario para decodificar la publicación y luego pasa inmediatamente a la siguiente. Por lo que, aunque podemos encontrar luminosos ejemplos de sabiduría, es complicado que lleguemos a apropiarnos de ella más allá de la memorización.
Por el contrario, la lectura de los libros junto a la cama requiere de dos elementos que los medios digitales no fomentan: la calma y la reflexión. Primero, quiero señalar que estos libros no se leen como una novela, las cuales usualmente se leen de principio a fin y poniendo atención a los hechos y personajes; tampoco como un texto académicos, en el que hay que identificar propósitos e interconectar los conocimientos que conforman el tema.
El proceso cognitivo más importante para abordar la escritura aforística es la inferencia; en otras palabras, la capacidad de deducir un significado que no está en el texto, a partir de los elementos que sí están presentes. Esto se debe a que, si se toman de forma literal, muchas de estas expresiones no son más que interesantes muestras de ingenio, expresiones tal vez para adornar la fotografía de un ocaso o de nuestras selfies.
Sin embargo, en la medida en que vamos infiriendo significados más complejos de una frase, no sólo nos damos cuenta de que no es tan inocente y fácil como parece, sino que vamos generando la reflexión en torno a un tema específico. Poco a poco hacemos surgir preguntas más complejas, ya no sólo sobre el texto, sino ahora también sobre nuestra vida, sobre nuestra relación con los demás, sobre cómo se gobierna el mundo, o incluso de asuntos que parecen exclusivos de filósofos, como: ¿Tiene sentido vivir? ¿Qué es el amor? ¿Qué son los amigos? ¿Por qué hago lo que hago? o ¿Por qué me gusta lo que me gusta?
Para aclarar mejor esta idea, me permitiré desarrollar brevemente un ejemplo. La frase pertenece a Ling Yutang y dice: “¡Desdichado es un mundo donde tenemos conocimiento sin comprensión, crítica sin apreciación, belleza sin amor, verdad sin pasión, justicia moral sin misericordia y cortesía sin un corazón cálido!”.
Si dijéramos esta expresión en el momento adecuado, sin duda pasaríamos por alguien brillante y de buen gusto. Pero si algún malintencionado nos preguntara qué quiere decir esa frase o por qué ese mundo es tan desdichado cuando hay mejores motivos para la desdicha, probablemente nos veríamos en un aprieto. Entonces, ¿cómo abordar esta frase?
Primero debemos asegurarnos de haberla leído bien, conocer los elementos que la conforman. En este nivel observamos que es una afirmación (Desdichado es un mundo), cuyos elementos aparecen enumerados como dualidades que condicionan la afirmación, una sin la presencia de la obra. Ahora, para comprender el porqué de esa desdicha, requerimos de interrogar al resto de los elementos y conocer así qué implica cada uno.
Primero, ¿qué es conocimiento y qué es comprensión? Son conceptos difíciles, y hasta podrían parecer similares, aunque están muy lejos de serlo. Para este caso, me parece que conocimiento puede emplearse como sinónimo de información, ya que, como veremos, hace referencia a los datos que acumulamos, por ejemplo para un examen, pero que no procesamos con la inteligencia, sino que dejamos intactos en la memoria. Por su parte, comprender, que es un concepto mucho muy amplio, quiere decir grosso modo: el resultado de procesar la información, analizando, infiriendo y relacionando con otros conocimientos, hasta generar en uno mismo un tercer significado, que antes no estaba en el texto ni en uno, y que puede aplicarse de manera flexible en distintas situaciones vinculadas o no con el tema.
Después agrega “crítica sin apreciación”. La palabra crítica, que cotidianamente usamos para señalar los defectos de alguien, se refiere al análisis que se realiza sobre algo específico para posteriormente evaluarlo según un criterio acordado. En este sentido, una crítica sin apreciación sería una crítica vacía, tal vez desigual, pues la privariamos de su precio justo y de la oportunidad de señalar tanto los defectos como las virtudes de una persona, un trabajo o de una situación. Por ejemplo, constantemente criticamos géneros musicales desde nuestro prejuicio hacia ellos, sin antes darnos la oportunidad de apreciarlos, de valorar sus singularidades. De hacerlo así, si no nos gusta, lo diremos con argumentos y no con rabia.
Parece sencillo entender “belleza sin amor”, pero no creo que sea tan fácil. La belleza, otro término que ha entretenido por siglos a filósofos y a críticos de arte, es, diremos de forma muy reducida, la percepción agradable de las cosas, esa atracción que sentimos hacia la armonía de objetos, melodías, personas, o incluso plantas y animales. Pero, ¿qué sucede cuando no interviene el amor en la belleza?

A mí me parece que corremos peligro de volvernos egoístas, y en consecuencia, destruir esa belleza. El amor es un impulso maravilloso que nos lleva, entre muchas otras virtudes, a ser conscientes de lo que amamos, queremos estar al tanto de ello y, por ende, de cuidarlo. Creo que una belleza que sólo maravilla a nuestros sentidos, pero en la que no injertamos el amor, difícilmente nos preocupará conocerla y mucho menos cuidar de ella. Esto sucede a menudo en aquellas personas que disfrutan de la naturaleza en un parque, pero que, a pesar de que se han regocijado con la belleza del entorno vegetal, no le otorgan el respecto que sólo el amor despierta en lo amado.
Ahora, “verdad sin pasión” es otra expresión polisémica, es decir, que tiene varios significados o interpretaciones. Múltiples científicos y filósofos estarán de acuerdo en que conseguir la verdad es imposible. Sin embargo, podemos entender verdad como aquella equivalencia entre las cosas o hechos y los conceptos que se forman de ellos, pero también como aquello que es sincero o pretende ser fiel a sentimientos, hechos o creencias. Todo esto lo podemos albergar dentro de nosotros, no hay duda. Pero, ¿qué sucede cuando alguien atenta contra esa verdad, cuando alguien, voluntaria o involuntariamente, por ejemplo, instruye a otra con algo distinto a la verdad? Si no tenemos pasión, posiblemente nos resulte indiferente y dejemos el asunto como está; pero cuando tenemos pasión, cuando nos emociona esa fidelidad entre los hechos y su representación, pues comprendemos lo que implica para el desarrollo de los demás, indudablemente haremos algo por corregir esa instrucción, ya sea censurar al desinformante o corregir al desinformado.
La justicia moral, según entiendo, es un principio que lleva a darle a cada individuo lo que le corresponde, de acuerdo con la situación en que se encuentre. Ahora, imaginemos a una persona que tiene varios trabajadores a su cargo y que la madre de uno de ellos fallece. El trabajador, por supuesto, tiene derecho a solicitar un par de días como parte del luto, lo cual el patrón en cuestión respeta. Imaginemos también que, al reincorporarse, el trabajador se muestra taciturno y sin ánimos de trabajar como antes. La persona al mando podría tomar, al menos, dos caminos. Uno, exigirle llanamente al trabajador que demuestre el desempeño anterior, pues ya se ha retirado los días que le corresponden. O dos, tomar el camino de la misericordia. La misericordia implica empatizar con el otro, sentir su dolor como uno nuestro. De este modo, hablar con el trabajador, escuchar su pesar, comprender su tragedia e incluso alentarlo podrían, no sólo regresarlo a ser productivo, sino reducir la carga emocional de aquel hombre.
Finalmente, “cortesía sin un corazón cálido”. Hay variadas manifestaciones de esa amabilidad mecánica, fría, que generalmente proceden de la subordinación de una persona hacia otra, pero que, en un contexto diferente, no se daría. La relación profesor-alumno está adornada de cortesías, es decir, de atenciones, respetos y pulidas formas de relacionarse. Por supuesto, a un observador externo le parecería un ambiente que irradia cortesía. Mas, ahora le pregunto a quienes están o han estado ahí, ¿cuánto de esa cortesía es teatralidad, un simulacro del respeto auténtico? Creo que si profesores y alumnos caldearan un poco su corazón antes de entrar a clase y se escucharan mutuamente, si buscaran atender el uno al otro, no con falsa reverencia, sino con admiración compartida, la educación sería más estimulante, el ambiente despertaría el deseo de socializar el conocimiento en el aula y de comprometerse el uno con el otro.
Hasta aquí es posible observar dos cosas, la primera es que un párrafo de aproximadamente cuatro líneas, que puede leerse en menos de un minuto, nos ha dado material para reflexionar durante algunas páginas, que, por cierto, podrían extenderse mucho más si así lo deseáramos. Esta es la razón por la que los libros junto a la cama, los libros de frases, son una lectura pausada, que requiere pasar quizá más tiempo con la mirada absorta en las reflexiones que en el propio libro. Sin embargo, este tipo de lectura no es privativa de los aforismo o proverbios, sino que puede, y debe, aplicarse al resto de nuestras lecturas. Si de un puñado de líneas pudimos extraer bastante conocimiento que no estaba contenido en el texto, imagina cuánto más podrías explotar los libros, los artículos, las revistas o, incluso, ¿por qué no?, las publicaciones de las redes sociales. Sólo necesitas concentrarte, dedicar un poco de tiempo y poner a trabajar metodológicamente tu cerebro.
La segunda observación que se puede rescatar de este ejercicio es que un mundo donde preferimos memorizar antes que comprender, donde no nos detenemos a valorar las cosas y sólo las juzgamos, donde nos dejamos cautivar sólo por las apariencias y no actuamos con amor, donde la pasión no nos mueve hacia la verdad, donde nos olvidamos del corazón en nuestra relación con los demás, un mundo así, es un mundo horrible, pues en él no se puede ser dichoso, es decir, no se puede ser feliz.

Comments