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Contingencia ambiental: sobre la confianza en el conocimiento

  • Lic. Andrés Bustamante Ortiz
  • 17 may 2019
  • 4 Min. de lectura

El suicidio, escribió Albert Camus, es el único problema filosófico verdaderamente importante, pues decidir si continuar o no con la propia vida equivale a otorgarle un sentido y un valor a la existencia. El contexto en que Camus escribió esta sombría sentencia corresponde a toda la devastación, física y moral, que dejó como consecuencia la Segunda Guerra Mundial.


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Comienzo con esta reflexión porque, en sus debidas proporciones, me parece que atravesamos una situación semejante. La noticia de la contingencia ambiental que se dio a conocer el pasado 15 de mayo de 2019 (día del maestro) y que ya ha sido causa de la suspensión de labores académicas en múltiples municipios del Estado de México, desde nivel básico hasta superior, ha tenido un profundo y muy serio impacto en la población mexicana, al menos de la zona centro.


Aunque desde mediados del siglo XX la humanidad conocía los peligros del cambio climático, no fue sino hasta que afectó su realidad inmediata, es decir, su rutina, sus quehaceres cotidianos, que se dio cuenta de que no puede seguir postergando su responsabilidad con el ambiente y los recursos naturales. O al menos así quiero creerlo.


Estas letales evidencias de nuestra despreocupada y también desmesurada forma de vida han despertado emociones dispares en las redes sociales. Algunos se han manifestado a favor de acciones colectivas e individuales que se solidaricen con la reducción de los daños, mientras que otros han aprovechado para bromear y hacer patente su resignación e indiferencia.


Como he dicho en otras ocasiones, la lectura de las redes sociales es poco reflexiva, por lo que ahora nos urge pensar un poco más el asunto. Si bien lo que circula en estos medios no es la información que necesitamos para reformar la vida terrestre, sí nos permite observar un poco de lo que siente la gente y qué postura toma ante los acontecimientos de su entorno.


Al respecto, han llamado mi atención las publicaciones de alumnos, principalmente, que parecen vencidos antes de tiempo, como si aceptaran que el destino de la destrucción ya estuviera pactado. Esto me alarma verdaderamente cuando, en serio o en broma, es igual, se dicen: “¿Para qué estudio? Esto ya se acabó; no queda algo que hacer”.


Respuestas de este tipo reflejan el entendimiento que se tiene de la educación, o al menos así es como me parece que la perciben: estudiar es cumplir con tareas para otro a cambio de calificaciones, que después me permitirán integrarme a un trabajo donde cumpliré tareas para otro a cambio de un sueldo que resolverá mi vida. Sin embargo, incluso para que esta lógica funcione necesitamos del futuro, de un terreno donde podemos obedecer y reproducir los esfuerzos y productos diarios.


Pero, ¿qué sucede cuando nos dicen que el futuro ya no es estable? Para quien sólo ha visto lo inmediato y ha buscado alejarse del esfuerzo, el mundo se termina. Porque la educación, que no sólo implica inscribirse y asistir a la universidad, exige, en primer lugar, trabajar para uno mismo, para el desarrollo de la propia mente y, más aún, de la propia persona. Es un esfuerzo constante que no termina, porque uno mismo lo desea.


Desde que la humanidad pisa la Tierra, se ha caracterizado por algunas cosas buenas y otras demasiado terribles. Me parece ahora, hablado de la educación, que es necesario recordar al menos dos de ellas. La primera es que el conocimiento nos ha permitido vivir cada vez mejor como especie. Cada época ha tenido sus desafíos, pero la inteligencia nos ha permitido salir adelante y conseguir una forma de vida -podemos decir- plena, en el sentido de que nos aleja del sufrimiento y nos permite aspirar a la felicidad.


Sin embargo, la contingencia ambiental es resultado, en parte, de una confianza excesiva en nuestra capacidad de producir comodidad y bienestar, pues se ha ignorado este segundo punto: la educación también implica aprendizajes que nos acercan a otros seres humanos y al resto de las manifestaciones de vida. La formación académica también debe llevarnos a ser conscientes de nuestros actos, de las repercusiones que tienen estos en nosotros, en los demás y, como vemos ahora, en el ambiente.


Quien se forma en la universidad no puede aceptar pasivamente el destino. La construcción del futuro dependerá de nuestra capacidad de hallar solución a los problemas, de innovar la forma en que la vida transcurre; pero también de nuestra empatía y respeto con el mundo, del amor que logremos desarrollar por la vida y por todo lo que hay de armónico y benéfico en ella.


Retomando las palabras de Albert Camus, quiero hacer una pregunta: ¿el suicidio consiste únicamente en arrebatarse la vida o implica también la previa renuncia a ella y a sus propósitos? Porque, si abandonamos la esperanza y dejamos que el miedo y la ignorancia trace los próximos años, habremos aceptado el suicidio. Pero, si con la adversidad endurecemos nuestro compromiso con el resto de la humanidad, y sin importar el esfuerzo y la oposición que suponga, trabajamos por el bien común, por una existencia digna, habrá ganado la Vida.


Por último, sólo agregaré que hoy todos nos sentimos humanamente lastimados; sin embargo, debemos usar ese dolor para levantar a nuestro país. Las esferas que van desde lo personal hasta lo político deben cambiar. Espero que estos días fuera de las aulas sirvan para pensar mucho, porque la inteligencia y el corazón de cada uno es importante para no ceder ante la resignación y el fracaso.


 
 
 

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Facultad de Ciencias Agrícolas

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